jueves, 27 de agosto de 2009

El Rescate

Corría a toda velocidad, ya podía sentir las tan usuales punzadas en la parte inferior del pecho, pero no me detendría, no esta vez.

Había salido tarde de mi hogar, tenía una clase a las diez de la mañana y, el trayecto hacia mi centro de estudios demora una hora, había estado saliendo de mi hogar a las nueve y quince. Sabía que era poco probable llegar a tiempo, pero eso no me detendría. Logré hallar un espacio en el vehiculo que aseguraba llevarme a mi centro de estudios, pero me encontré apretado entre un mar de personas malhumoradas, algo usual en este país.

La música seguía llegando a mis oídos mientras intentaba recuperar mi aliento, algo casi imposible dado la horrorosa situación en la que me encontraba, con el cuello doblado debido a lo pequeño que me resultaba el vehículo; piernas torcidas debido a la elevada cantidad de pasajeros, y rostro contra la ventana, por donde entraba todo el olor a alcantarillas típico del lugar por donde ahora cruzábamos. De repente, el auto se detiene, y un policía se acerca a hablar con el cobrador.

Debo admitir que mi primera reacción fue de enfado, de por si ya llegaría tarde a mis clases, y ahora una excusa de autoridad nos detenía, probablemente para solo asustar al cobrador y pedir un soborno fácil y sencillo, como todos hacen en este país.

El cobrador del vehículo, un hombre de baja estatura que usaba una gorra que en algún momento debió ser verde, ahora casi negra de tanta suciedad, parecía sorprendido de lo que sea el policía le estuviera diciendo. Era una vista curiosa, el pequeño hombre de la ropa sucia y oscura contra el hombre alto, de una poderosa barriga y sombrero blanco. Me encontraba preguntándome que podría estar pasando… ¿Tal vez se habían saltado una luz roja? ¿Tal vez ahora que habían subido las multas el del sombrero blanco quería un soborno más alto? Me encontraba apretando más fuertemente la baranda de donde me colgaba, estúpidos policías pensé. Solo podía pensar en como esos seudo oficiales se la pasaban buscando dinero fácil en vez de buscar gente a la que ayudar, gente siendo asaltada o abusada por los malhechores que se esconden en las calles…gente que ni siquiera piensa que algo malo puede sucederle hasta que es muy tarde.

La gente empezaba a impacientarse, escuché como un hombre golpeó un lado del vehiculo gritando “Avance”, otro exigía que le dieran su dinero al policía para que nos dejará pasar, una mujer se puso a predicar sobre como todos los oficiales eran unos desgraciados muertos de hambre, y así, los insultos siguieron. Por un momento me dí cuenta que el oficial podía escuchar las palabras dirigidas a su persona, ya que volteó a vernos molesto, pero a nadie le importó. Sería una falacia decir que había más gente quejándose que callada, pero entre la multitud una persona me llamó la atención. Era un hombre de terno marrón, corbata rosada y pelo negro desordenado, nada fuera de lo ordinario pensé por un segundo, pero el rostro del hombre denotaba cansancio y preocupación. ¿Él, como yo, ya se había resignado a llegar tarde a sus compromisos? ¿Era por eso que miraba la ventana furtivamente y tenía la expresión derrotada en el rostro? Aparté mí vista del hombre y observé a los dos hombres que mantenían la suerte de nuestro destino inmediato: El cobrador parecía derrotado, con la mirada baja, mientras el policía tenía una expresión dura y decidida en el rostro. De repente, el hombre le quitó el seguro a su pistolera, permitiéndose así más fácil acceso a su arma. Me pregunté que podría haber pasado, ¿acaso el chofer no tenía licencia?, descarté esta posibilidad casi de inmediato, definitivamente un chofer sin licencia no garantizaría un tiroteo, ¿verdad?

Entonces, ¿Qué podría estar pasando?

De repente, y sin ninguno aviso, mis dudas tuvieron que esperar, ya que el oficial entró al vehículo.

Por un momento creí que nos reprendería por los insultos, ya que empezó a mover a la gente a un lado con una fuerza tal que no se esperaría de un hombre de su porte. Ya no sabía que esperar, y el llegar a la universidad era lo ultimo en mi mente, solo quería ver el final de este predicamento tan particular. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué acto se había cometido que garantizara un comportamiento tan fuera de lugar?

De repente el hombre se detuvo, y jaló del hombro al señor de la corbata rosada, sacándolo fuera del vehiculo.

Empezaron los cuchicheos en el instante… ¿Qué había pasado? Me agaché lo más que pude para ver que pasaba a continuación, y logré escuchar que el policía reclamaba al hombre sobre el paradero de sus cómplices, todo esto mientras le sacaba tres celulares del bolsillo. El de la corbata rosada miraba a los lados, obviamente analizando sus posibilidades de huir, pero el policía pasó la punta de sus dedos por su arma, recordándole que todo intento de escapar sería fútil. Pude ver a la distancia que un carro patrulla se acercaba, con sus colores blandiendo como espadas en la abandonada carretera. Nuestro móvil partió, dejándonos con el final abierto sobre el drama policial que habíamos presenciado.

Me sentí como un idiota, me había quejado, si bien no abiertamente, de la actitud del policía antes de saber que estaba sucediendo. Pero, ¿Cuántos de nosotros hacemos esto sin darnos cuenta? Muchas veces criticamos a un miembro del grupo por la actitud de sus semejantes, y esto no debería ser así. Este día mis propias palabras me fueron devueltas a mi cara, y no se necesitó un gran discurso, solo se necesito un solo gesto, salvarme.
LJ-90
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miércoles, 12 de agosto de 2009

Despechado

Te fuiste al cine con él. Ni se te ocurrió respetar la ilusión que sembraste el día anterior en mí cuando me enviaste ese mensaje de texto culpando al mundo de tu desgracia. Recurriste a mí como a la última carta de tu baraja, variada, extensa y muy cariñosa baraja.

Parece que olvidaste que tuvimos algo hace seis meses ¿Qué cosa? Si, posiblemente hoy vuelvo a figurar como tu mejor amigo, posiblemente ya olvidaste las palabras que te dije cuando nos dimos cuenta que las cosas no funcionaban como pareja: “Puta madre ¿Cómo le hago? sé que algún día encontraras a alguien y no podré aguantarlo. Siempre te voy a querer y espero que no lo olvides” Así fue como nos mandamos a la mierda en ese entonces, sin imaginar que semanas después me llamarías para reanudar la amistad que se había interrumpido cuando osé pensar que yo podía hacerte sentir como una mujer. Grave error. Ser tu amigo pesa, jode, apesta, golpea, daña, emociona, excita, promueve el llanto, da ganas de no soltarte nunca después de cada abrazo, comerme a besos tus manos cada vez que me tocas, cuando miras mis labios siento que todo se detiene en esos ojos y me intimidas a pronunciar palabra alguna, de nada sirve ahora, estoy seguro, de nada.

Si pues, era raro pensar que después de un mensaje enviado el domingo por la madrugada (1 a.m.) contándome que yo para ti soy muy importante y especial, cambiaría en menos de veinticuatro horas porque el pendejo que te dañó -probablemente el domingo en la tarde- te llamaría un día después para pedirte disculpas e invitarte al cine. Magnifico plan. Aunque, quizá en su estrategia no estaba que el cojudo del mejor amigo de su enamorada seria tentado por la misma cuando quien sabe que idiotez hiciste para que ella intente olvidarte. Ganaste, ella no iba a resistirse a tus encantos de hombre sexy arrepentido. Yo en cambio; y aun sin conocerte, te dejaría ganar la batalla. Provecho campeón, te llevas mis sueños e ilusiones como oferta del combo.

Resumamos esto. Estoy despechado pero con justa razón. Acabaste con mi sueño todo la noche que duró el domingo. Me ilusionaste en ese momento, quizá por la hora, quizá por el día, o simplemente porque eras tú. Que iba a importar el regalo que te hice la semana pasada, o el libro que te obsequié con la firma de tu autor favorito, tú lo que quieres es un hombre que te haga feliz en todo el sentido de la palabra, lastimosamente, al ser mejor amigo, no postulo. Debí escuchar más atentamente a mi pata el wachiman: “No pues compadrito ¿estas enamorado? No me jodas, a esa edad yo solo tenía mujeres para tirar, enamorarse trae muchos problemas; no comes, no cachas y pierdes plata. Aprovecha que a esa edad el pájaro esta como nuevo.” Sabio dicho popular. Pero yo no te quiero para tirar pues, yo simplemente te quiero y si pudiera te llevaría virgen al matrimonio, claro, si es que aun lo estas (debe ser por eso que estaba clarita la frase “no comes, no cachas y pierdes plata”).

Tal vez deba terminar con esto de una vez por todas y empezar a olvidarte por todas las perradas que me has hecho, pero la simple idea de saber que no lo haces a propósito me devuelve el alma al cuerpo. Créeme, estas perdonada. Tú quieres mentir y yo quiero ser engañado, somos la pareja perfecta.

No sé qué carajos hago hablándole a una computadora a estas horas de la noche, no mereces tanto, ya van dos amanecidas en menos de tres días. ¿Me recompensaras algún día por esto? Vamos, ¿no te incomoda en lo más mínimo engañar a tu enamorado con tu mejor amigo? ¿No tendrás alguna fantasía perversa o algún morbo? Creo que la hora me está haciendo alucinar. Tú estás feliz con tu enamorado y yo deseo a ocultas tener aunque sea la parte más drogada de ti.
Perdóname, son simplemente arranques de este tu amigo enamorado. Te quiero, no lo olvides, aun que quizá lo vuelvas a hacer.

- Pobre Luis, le tocó la misma que a mí:

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miércoles, 5 de agosto de 2009

Ayacucho, Tierra Enigmática


Hacía mucho que no viajaba con mi familia. Cuando era niño salíamos bastante al interior del país, me recuerdo mucho abordando aviones o viajando a través de interminables carreteras, pero nada más. Siempre me he lamentado el haber conocido medio Perú siendo apenas un niño y es que siendo tan joven no sabes apreciar las bellezas y bondades que te ofrece un paisaje natural o una ruina arquitectónica, además que cuando creces no recuerdas nada que merezca la pena.

Solo por citar un ejemplo, teniendo yo apenas 4 años tuve la gran oportunidad de conocer Cusco y la ciudadela de Machu Pichu; Sin embargo lo único que rescato de esta ‘ experiencia’ es que hice todo un drama cuando perdí el chullo que mis padres me obsequiaron, además de que una malgeniada llama me escupió, ¡ah Cierto! y recuerdo también que a mis señores progenitores les hice toda una escena cuando, los muy amorosos, me dejaron cuidando sus pertenencias mientras ambos se daban un relajante chapuzón en las aguas termales de los Baños del Inca. Como ven no recuerdo nada de lo que realmente es importante conocer de Cusco.

Esta vez, varios años después, mi familia y yo decidimos tomarnos un break y aprovechando los feriados por fiestas patrias decidimos retomar nuestro antiguo pasatiempo, ese de viajar y conocer nuevas latitudes y formas de vida. El destino escogido fue Ayacucho. Salvo mis padres, ni mis hermanos ni yo conocíamos este lugar. Así que el viaje prometía mucho.

Partimos, vía carretera, el viernes veinticuatro de julio cerca de las once de la noche, viajamos durante toda la madrugada y arribamos Ayacucho a las ocho de la mañana. Ni bien bajamos del bus, lo primero que hice antes de ir a recoger nuestras maletas, fue detenerme por un momento para inhalar profundamente y llenar mis pulmones de la brisa ayacuchana, quería que mi primer contacto con estas tierras sea una experiencia sensorial, y bueno también estaba algo mareado, producto del soroche.

Rumbo al hotel que nos hospedaría, vimos que la entrada de la agencia estaba plagada de ambulantes que nos ofrecían golosinas, todo una variedad de quesos y agüita de muña en botellas recicladas. También había uno que otro mendigo por ahí.

El cielo estaba nublado y hacia algo de frío. Mientras caminábamos hacia el hotel, que estaba a unas cuadras, vi que las calles angostas y lo triangular de los techos (algo así como tejados diseñados para lluvias), me recordaban a Iquitos, donde estuve hace dos años. Llegamos al hotel, nos instalamos y caímos muertos a dormir.

Luego de haber descansado, salimos en busca de algún restaurant típico para comer algo propio de la zona. Llegamos a uno que se veía bastante agradable llamado “4 x 1”, su decoración era sobria y lugareña, pero cuando vimos el menú nos dimos cuenta que no tenía nada de lugareña, ya que estaba compuesto de comidas usuales como la Lasagna, pollo a la Brasa, entre otros platos que no son muy típicos, como nuestro hambre era bestial, no tuvimos mejor opción que quedarnos ahí.

Después de almorzar salimos a recorrer las calles, el cielo ahora estaba despejado y hacía calor. Y es que esta ciudad tiene ese característico clima de la sierra (caluroso de día y frío de noche). Debo confesar que durante ese día tuve que ir desterrando una a una las ideas preconcebidas que tenía de esta ciudad. El hecho de que esta zona fue duramente golpeada por el terrorismo y lo que a veces nos enseñan en el colegio me dio la idea de que este lugar era como un pueblo atrasado y sumido en la más cruda pobreza. Sin embargo y contra todo pronóstico pude comprobar que Ayacucho es una ciudad que no tiene nada que envidiar a Lima en cuanto a centros comerciales y lugares de esparcimiento, además se trata de una ciudad muy limpia donde es posible disfrutar de hermosos paisajes naturales y respirar de un aire puro, no como en otros lugares donde hay que soportar y poner en riesgo nuestra salud, absorbiendo los gases que emanan los medios de transporte en algunas principales avenidas.



Como alguna vez dijo el historiador Raúl Porras Barrenechea. “El peruano, probablemente sea el hombre más religioso del mundo” Esa tarde mientras recorríamos el centro de Ayacucho, vimos que estaba llena de Iglesias. Tan solo en las inmediaciones de la plaza mayor pude contabilizar alrededor de 10 templos y, según leí, esta pequeña ciudad cuenta con 33 santuarios, todos ellos construidos en épocas virreinales, la más antigua que vi fue la iglesia San Cristóbal que fue fundada en 1540. Quede ciertamente impresionado por la belleza artística que adorna estos centros sagrados. Los frescos en las paredes, los alatares tallados en madera, la gran cantidad de esculturas, todo muy original, muy místico, muy religioso.


Ya de noche nuevamente por la plaza mayor, vimos que en las esquinas unas señoras vestidas muy a la usanza ayacuchana, con polleras y gorros típicos, sobre una mesa tenían una gran tina de madera que contenía una especie de balde metálico, donde con un movimiento mecánico parecían estar batiendo algo, como si prepararán un gran ponche. Nos acercamos por curiosidad, y vimos que se trataba de las vendedoras de Muyuchi, el helado natural ayacuchano. Nos animamos a probar este postre hecho a base de maní y leche y pudimos comprobar su exquisitez. El resto de días que estuve en Ayacucho no deje de comer al menos uno.


Siguiendo con nuestro paseo nocturno, mientras recorríamos la avenida 28 de julio (paseo comercial que equivale a jirón de la unión en Lima), una señorita vestida con un traje típico nos invitó a ingresar a un local donde se realizaba un festival de danzas regionales. Fue así que ingresamos para presenciar el espectáculo. Debo confesar que a mí nunca me han gustado las danza típicas de la sierra, y seguramente muchos protestaran, pero sinceramente gran parte de ellas me parecen huachafas. Y no lo digo por una cuestión de alienación ni nada por el estilo, simplemente se trata de una apreciación personal. La gran mayoría de danzas andinas que he podido presenciar, más que una danza me parece que son escenificaciones, sus pasos son duros, rígidos y no muy estéticos. No son como las danzas selváticas donde si he visto movimientos más estilizados y rítmicos y por lo tanto visualmente más estéticos. También disfruto mucho con algunas danzas costeñas como la Marinera, que me parece estupenda. Cuando acabo el festival fuimos al mismo lugar donde almorzamos para cenar y de ahí regresamos al hotel a descansar.


Al día siguiente nos levantamos y nos dirigimos al mercado principal de la ciudad. Aquí, además de vender alimentos y víveres, también se expenden artesanías y hay una zona dedicada a la venta de comida. Era domingo por la mañana, el local estaba repleto, había mucha gente esperando por una mesa para comer. Nosotros fuimos en busca del popular caldo de cabeza, hasta ese momento no sabía en que consistía exactamente este plato. Finalmente encontramos una mesa a donde una joven señorita se nos acercó y nos dictó el menú:

- hay caldo de cabeza, cordero y mondongo, ¿Qué quieren?

A lo que respondí:
- Yo quiero Caldo de cabeza.
- ¿Quieres oreja o lengua?

La pregunta me descuadró un poco. “yo no quiero ni lengua ni oreja, yo quiero mi caldo”, pensé. Pero asumiendo que se trataba de un plato que nunca había probado y solo había escuchado un par de veces, no interrogue más a la mesera y decidí aceptar lo que el destino decida traerme en bandeja, entonces como la oreja me parecía menos repulsiva que la lengua, opté por ella.

- Yo quiero oreja señorita.

Al cabo de unos minutos, la mesera se acerco trayendo las sopas en una gran fuente. Mi madre había elegido caldo de cordero, el cual iba a compartir con el más pequeño de mis hermanos, mi padre optó por colaborar con su economía y se decidió por el caldo de mondongo que era el más barato, el segundo de mis hermanos al igual que yo pidió un caldo de cabeza y respondió, también como yo, ‘oreja’ a la misteriosa pregunta de la muchacha que nos atendía.

Como me lo temía, cuando la señorita soltó su pregunta se refería a la presa que queríamos en nuestra sopa, y de hecho no fue como me lo imaginaba, una exquisita sopa con algunas verduras y trocitos de carne que yo asumiría como la parte que elegí, pero nada que ver. Mi sopa tenía en el centro una gran oreja con un ojo que me miraba de una manera intimidante, mi estomago se estrujo y en ese momento entre un dilema existencial, un sentimiento de culpa me invadió y me puse a pensar en la esposa, hijos y nietos del pobre carnerito que en esos momentos, mutilado, flotaba en mi sopa. Pero al fin y al cabo el hambre pudo más que mis escrúpulos y termine acabándome toda la sopa, que por cierto estuvo deliciosa.

Luego del desayuno partimos rumbo al histórico y tradicional pueblo de Quinua. Pero antes de llegar, nos detuvimos para visitar el museo de sitio de la antigua capital del Imperio Wari. En este lugar pudimos apreciar varias piezas cerámicas del Perú precolombino, estructuras de piedra, acueductos y pasajes subterráneos. Tuvimos una vista impresionante de los valles y cañones que bordeaban esta pampa y además comimos dulces y jugosas tunas que crecen en el lugar.

llegamos al pueblo de Quinua. Este tranquilo lugar se caracteriza principalmente porque gran parte de su población se dedica a la alfarería, (el arte de moldear el barro); y porque fue escenario de importantes hechos que modificaron la historia del Perú y América. En la plaza de armas pudimos visitar un museo donde se exhiben los uniformes, cañones y armas utilizadas en la batalla de Ayacucho además de importantes documentos que se firmaron por esas fechas. También esta la casa donde se firmó la famosa Capitulación de Ayacucho en 1824, pudimos ingresar y observar las mismas sillas, la misma mesa y todo lo que se empleo en este histórico suceso.

Luego de visitar el pueblo, nos alejamos un kilometro hasta llegar a la Pampa de la Quinua, lugar donde según cuenta la historia se llevo a cabo la Batalla de Ayacucho y donde ahora existe un gran obelisco que nos recuerda esta lucha y a todos los héroes que murieron en ella. La vista de la pampa es maravillosa, es todo un descampado desde donde se pueden ver otros pueblos, otras montañas, todo un paisaje natural.

A las faldas del obelisco había como una docena de campesinos que rentaban sus caballos para que los turistas puedan darse una vuelta en ellos. Fue así que mis hermanos y yo nos aventuramos y cada uno se subió un caballo. Esa fue la primera vez, en toda mi existencia, que me subía a uno y no voy a negar que me moría de miedo.

La señorita que me arrendo el animal, me indicó brevemente como guiarlo, detenerlo, acelerarlo y todo eso. Fue así que eche andar al caballo y no sé porque pero asumí que el equino que montaba era una yegua y como alguna vez escuche que estos animales son muy sensibles y emocionales, con el temor de que vaya a tumbarme o algo así, comencé a decirle cosas tiernas como si de una cachorrita se tratara. Resulta que se trataba de un caballo. Este quizá habrá pensado “pobre imbécil, ni siquiera sabe distinguir entre un caballo y una yegua”.

Poco a poco fui perdiendo el temor y conforme ganaba velocidad llevaba al caballo por diversos lares, pensaba llegar hasta el final de la pampa pero por alguna misteriosa razón, hubo un punto en que el animal dio media vuelta y no me hizo más caso, y no paró hasta que volvió donde su cuidadora. Disfrute tanto la experiencia que rente otro caballo para volver a cabalgar. Después de esa gran tarde, volvimos a la ciudad y como estábamos cansados, solo regresamos al hotel para dormir.

El día lunes, sería el último día que estaríamos en Ayacucho ya que en la noche partiríamos nuevamente hacia Lima, esa mañana desayunamos leche pura de vaca y de ahí nos dedicamos a hacer compras toda la mañana, primero fuimos al mercado, donde compramos unas cuantas bolas de queso ayacuchano para nuestros familiares, después nos dirigimos al Chosaku, que son unas galerías donde artesanos ayacuchanos venden todo tipo de manualidades, desde cerámicas, adornos pulidos y tallados con piedra de huamanga, diversos textiles, los famosos Retablos ayacuchanos, y en fin , toda una serie de artículos elaborados por los mismos pobladores. En una de los stands de la galería me encontré con Carla Barzotti, esta ex modelo de televisión quien paseaba con su familia, resulto ser súper alta y estaba un poco gordita.

Yo adquirí un morral hecho con lana de Llama que me fascinó por sus colores, además de un chullo y un anillo hecho con hueso de no sé qué. Mi padre se compró un gorro al estilo del viejo oeste, el huachafo de mi hermano se compró un chancho de alcancía (que por cierto no tenía nada de típico y lo podía adquirir en cualquier bazar de Lima) y mi madre llevó unos cuantos adornos para la casa.

Comprada las chucherías nos dirigimos al gran mirador, que estaba en la cima de una de las montañas que rodeaba Ayacucho, para lo cual abordamos una de las pocas combis que recorrían las calles. La movilidad estaba casi vacía pero conforme subimos se llenó a tal punto que no cabía ni un alma más. Comencé a sentirme abochornado pero afortunadamente el tramo no era muy largo.

La combi nos dejo a la entrada del mirador, de ahí tuvimos que seguir subiendo pero esta vez a pie. Era algo cansado pero la experiencia lo superaba todo. Sentías que el viento corría por tu rostro, el sol radiante brillaba en un cielo despejado y conforme subías más tenías una vista cada vez más panorámica de Ayacucho. Cuando llegamos pudimos ver absolutamente todo Ayacucho. La vista era impresionante.

Mirando al otro extremo pudimos divisar muy de lejos y muy pequeño el Obelisco donde estuvimos el día anterior. El mirador contaba con una torre donde podías seguir subiendo, unos portales similares a los que hay en Arequipa, un Cristo en piedra blanca que se asemeja al Cristo de Concorvado en Brasil (solo que este era de una escala 10 veces menor). También había un restaurant muy elegante que tenía forma de coliseo, donde almorzamos cuy chactado y chicharrón de cerdo.

Como todo lo que sube tiene que bajar, ahora nos tocaba descender. En vista que no pasaba ningún medio de transporte descendimos a pie. Fue bastante entretenido bajar caminando, pues es así como realmente conoces una ciudad, andando por sus calles e interactuando con su gente. Y no como mucha gente hace, que pagan altos precios por un tour donde los hermetizan en un bus y solo los llevan a los ‘sitios bonitos’ del lugar que visitan, una ciudad es mucho más que solo eso.

Conforme descendíamos yo observaba y fotografiaba todo lo que capturaba mi atención, habían casas muy particulares de estilo andino. También vimos cosas peculiares como un perro que tenía aspecto de gato parado en la puerta de sus casa, sí tal como lo lee. Por fin llegamos a la ciudad, yo hubiera preferido seguir caminando pero mi madre ya estaba cansada así que tomamos un taxi que nos regresara al hotel.

La noche que nos quedaba en Ayacucho nos dedicamos a visitar algunos amigos y familiares, compramos una que otra cosa más para luego volver al hotel, empacar y dirigirnos a la agencia del bus que nos regresaría a Lima


Después de conocer Ayacucho no soy la misma persona. Esta, sin duda alguna, fue una experiencia renovadora que me permitió ampliar mi horizonte. Conocer más sobre la historia de mi país, comprender a su gente, su cultura y su idiosincrasia, y sobre todo que he desterrado de mi mente una serie de prejuicios que me alejaban de la realidad. Es por todo esto que a veces no comprendo a algunos compatriotas, quienes mueren por conocer otros países cuando ni siquiera conocen bien el suyo, no valoramos las riquezas de las que somos poseedores y que están a un paso nuestro. Ahora comprendo que no por gusto dicen que el Perú es un mendigo sentado en un banco de oro.

Carlos Gonzales.
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