jueves, 27 de agosto de 2009

El Rescate

Corría a toda velocidad, ya podía sentir las tan usuales punzadas en la parte inferior del pecho, pero no me detendría, no esta vez.

Había salido tarde de mi hogar, tenía una clase a las diez de la mañana y, el trayecto hacia mi centro de estudios demora una hora, había estado saliendo de mi hogar a las nueve y quince. Sabía que era poco probable llegar a tiempo, pero eso no me detendría. Logré hallar un espacio en el vehiculo que aseguraba llevarme a mi centro de estudios, pero me encontré apretado entre un mar de personas malhumoradas, algo usual en este país.

La música seguía llegando a mis oídos mientras intentaba recuperar mi aliento, algo casi imposible dado la horrorosa situación en la que me encontraba, con el cuello doblado debido a lo pequeño que me resultaba el vehículo; piernas torcidas debido a la elevada cantidad de pasajeros, y rostro contra la ventana, por donde entraba todo el olor a alcantarillas típico del lugar por donde ahora cruzábamos. De repente, el auto se detiene, y un policía se acerca a hablar con el cobrador.

Debo admitir que mi primera reacción fue de enfado, de por si ya llegaría tarde a mis clases, y ahora una excusa de autoridad nos detenía, probablemente para solo asustar al cobrador y pedir un soborno fácil y sencillo, como todos hacen en este país.

El cobrador del vehículo, un hombre de baja estatura que usaba una gorra que en algún momento debió ser verde, ahora casi negra de tanta suciedad, parecía sorprendido de lo que sea el policía le estuviera diciendo. Era una vista curiosa, el pequeño hombre de la ropa sucia y oscura contra el hombre alto, de una poderosa barriga y sombrero blanco. Me encontraba preguntándome que podría estar pasando… ¿Tal vez se habían saltado una luz roja? ¿Tal vez ahora que habían subido las multas el del sombrero blanco quería un soborno más alto? Me encontraba apretando más fuertemente la baranda de donde me colgaba, estúpidos policías pensé. Solo podía pensar en como esos seudo oficiales se la pasaban buscando dinero fácil en vez de buscar gente a la que ayudar, gente siendo asaltada o abusada por los malhechores que se esconden en las calles…gente que ni siquiera piensa que algo malo puede sucederle hasta que es muy tarde.

La gente empezaba a impacientarse, escuché como un hombre golpeó un lado del vehiculo gritando “Avance”, otro exigía que le dieran su dinero al policía para que nos dejará pasar, una mujer se puso a predicar sobre como todos los oficiales eran unos desgraciados muertos de hambre, y así, los insultos siguieron. Por un momento me dí cuenta que el oficial podía escuchar las palabras dirigidas a su persona, ya que volteó a vernos molesto, pero a nadie le importó. Sería una falacia decir que había más gente quejándose que callada, pero entre la multitud una persona me llamó la atención. Era un hombre de terno marrón, corbata rosada y pelo negro desordenado, nada fuera de lo ordinario pensé por un segundo, pero el rostro del hombre denotaba cansancio y preocupación. ¿Él, como yo, ya se había resignado a llegar tarde a sus compromisos? ¿Era por eso que miraba la ventana furtivamente y tenía la expresión derrotada en el rostro? Aparté mí vista del hombre y observé a los dos hombres que mantenían la suerte de nuestro destino inmediato: El cobrador parecía derrotado, con la mirada baja, mientras el policía tenía una expresión dura y decidida en el rostro. De repente, el hombre le quitó el seguro a su pistolera, permitiéndose así más fácil acceso a su arma. Me pregunté que podría haber pasado, ¿acaso el chofer no tenía licencia?, descarté esta posibilidad casi de inmediato, definitivamente un chofer sin licencia no garantizaría un tiroteo, ¿verdad?

Entonces, ¿Qué podría estar pasando?

De repente, y sin ninguno aviso, mis dudas tuvieron que esperar, ya que el oficial entró al vehículo.

Por un momento creí que nos reprendería por los insultos, ya que empezó a mover a la gente a un lado con una fuerza tal que no se esperaría de un hombre de su porte. Ya no sabía que esperar, y el llegar a la universidad era lo ultimo en mi mente, solo quería ver el final de este predicamento tan particular. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué acto se había cometido que garantizara un comportamiento tan fuera de lugar?

De repente el hombre se detuvo, y jaló del hombro al señor de la corbata rosada, sacándolo fuera del vehiculo.

Empezaron los cuchicheos en el instante… ¿Qué había pasado? Me agaché lo más que pude para ver que pasaba a continuación, y logré escuchar que el policía reclamaba al hombre sobre el paradero de sus cómplices, todo esto mientras le sacaba tres celulares del bolsillo. El de la corbata rosada miraba a los lados, obviamente analizando sus posibilidades de huir, pero el policía pasó la punta de sus dedos por su arma, recordándole que todo intento de escapar sería fútil. Pude ver a la distancia que un carro patrulla se acercaba, con sus colores blandiendo como espadas en la abandonada carretera. Nuestro móvil partió, dejándonos con el final abierto sobre el drama policial que habíamos presenciado.

Me sentí como un idiota, me había quejado, si bien no abiertamente, de la actitud del policía antes de saber que estaba sucediendo. Pero, ¿Cuántos de nosotros hacemos esto sin darnos cuenta? Muchas veces criticamos a un miembro del grupo por la actitud de sus semejantes, y esto no debería ser así. Este día mis propias palabras me fueron devueltas a mi cara, y no se necesitó un gran discurso, solo se necesito un solo gesto, salvarme.
LJ-90

3 comentarios:

valerija dijo...

Eso es lo malo d nosotros, que pensamos que todos los policias piden dinero, buen post.

Anónimo dijo...

Se volteó la torta. Shit happens.

Y más en este país. Pero siempre queda la voluntad de resarcirse.

Paja.

Omnipresente dijo...

Muy buen relato.. y es cierto
que aveces las cosas no son como tu las pintas..
Eso es algo tan ironico .. nuestra mente.. siempre tiene que pensar lo peor.. eso es lo malo!

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